miércoles, 4 de junio de 2014


Llamado del Bosque 

Noviembre 18, 2012

Al caminar por ese bosque uno tiene la sensación de que algo está mal. Se trata de un bosque de lenga (Nothofagus pumilio) y ñire (Nothofagus antartica) al sur de la localidad de Los Antiguos, Santa Cruz. Se ven enroscados arboles centenarios de tronco grisáceo creciendo admirablemente sobre un pelado pedregullo. En los sitios donde el suelo aun es retenido por las raíces, plántulas de lenga emergen con tiernos cotiledones apuntando a la luz. Su verde vigor ignora que nunca lograran reemplazar a sus avejentados progenitores. Muy probablemente, alguna de las cientos de ovejas que circulan por la zona en búsqueda de un pedazo de celulosa para masticar, las pisarán o ramonearán hasta la muerte. Para alguien con nociones básicas de ecología, la formación boscosa en cuestión se presenta como una decadente ciudad de ancianos e infantes, sin jóvenes ni adultos menores. La insostenible pirámide poblacional de esta ciudad imaginaria pronto se derrumbará hasta desaparecer, al igual que las 3200 has de bosque de lenga de las cual quiero hablar.

Cursos de ecología y 'medio ambiente' repiten abúlicamente  la importancia de los bosques para la supervivencia del hombre. Lamentablemente, receptores y repetidores de tal mensaje rara vez captan su relevancia dado que la vida citadina de cemento y ladrillos les impide vislumbrar la irremediable dependencia de los asentamientos humanos y su entorno: suelo, bosques, ríos, pastizales, etc.  Sin pretender dictar una lección sobre servicios ecosistémicos, quiero destacar que los bosques, gracias a su compleja estructura horizontal y vertical –tanto por debajo y por encima de la superficie–, permiten que el agua de lluvia ingrese nuevamente al suelo, recargando ríos y acuíferos que abastecen del vital mineral a ciudades, industrias y campos. Desde un punto de vista menos antropocéntrico, los bosques albergan las más diversas formas de vida –muy distintas a la nuestra– con una capacidad adaptativa, procesos fisiológicos y estructuras que dejan mudo a cualquier especialista en biodiseño, biotecnología, nanotecnología; o de cualquier rama del conocimiento humano que ha intentado encontrar en la naturaleza las soluciones a nuestros humanos problemas.

Cuántas veces he oído decir –y también pienso– ¿cómo es posible qué en un país con tantos recursos naturales y humanos, haya tanta desigualdad, carencia y pobreza en todas sus dimensiones? La respuesta está en las situaciones cómo la que le toca vivir a este menesteroso bosquecito. Debido al carácter infantil de las sociedades humanas, necesitamos reglas que nos dicen qué se puede hacer y qué no. Aún así, como niños traviesos, inventamos todas las jugarretas posibles para evadir estas reglas. Volviendo al bosque, en 2007 nuestro país logró implementar la Ley de Presupuestos Mínimos de Bosques Nativos la cual ordena a cada provincia a realizar un ordenamiento territorial de sus bosques y llevar a cabo acciones de manejo acordes. Se hace un mapa semaforizado de las zonas boscosas: rojo indica reserva forestal, donde no se pueden realizar actividades comerciales; el amarillo no se sabe bien qué indica y el verde autoriza el desmonte. Esta ley ha sufrido irregularidades serias en cada provincia: se aceleró el desmonte, personas han muerto en defensa de unos pocos árboles, y – por supuesto- los fondos destinados a realizar planes de manejo nunca llegan a materializarse para tal fin.

En la provincia de Santa Cruz, el ente encargado de implementar la Ley de Bosques es el Consejo Agrario Provincial (CAP). Dada la escases de formaciones forestales en la provincia, nuestro bosque en Monte Zeballos debería figurar como una manchita roja en el mapa de ordenamiento territorial que aún no existe. Sin embargo, como antes les contaba, las ovejas pisotean y la liebres comen cada brote que se anima a emerger cada primavera. 'Bueno', diría uno, 'exijamos a quién corresponde a sacar las ovejas de este bosque nimiamente nutritivo para ellas y dejemos que se regenere'. Pero, oh Argentina!, nos encontramos con que el dueño de las ovejas, el señor Luti Pérez,  es uno de los dirigentes del CAP. El Estado que debería salvaguardar nuestro centenario tesoro y el cuatrero de nuestro bien común, son la misma persona. ¿Qué hacemos? ¿Nos enfrentamos a este señor que peca de destructor e ignorante (ver párrafo 2) y proponemos un plan de manejo que incluya poner las ovejas en una zona más nutritiva para todos? ¿O nos quedamos resignados ante la irreverencia del señor, la provincia y el país?

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