Llamado del Bosque
Noviembre 18, 2012
Al caminar por ese bosque uno
tiene la sensación de que algo está mal. Se trata de un bosque de lenga (Nothofagus pumilio) y ñire (Nothofagus antartica) al sur de la
localidad de Los Antiguos, Santa Cruz. Se ven enroscados arboles centenarios de
tronco grisáceo creciendo admirablemente sobre un pelado pedregullo. En los
sitios donde el suelo aun es retenido por las raíces, plántulas de lenga
emergen con tiernos cotiledones apuntando a la luz. Su verde vigor ignora que
nunca lograran reemplazar a sus avejentados progenitores. Muy probablemente,
alguna de las cientos de ovejas que circulan por la zona en búsqueda de un pedazo
de celulosa para masticar, las pisarán o ramonearán hasta la muerte. Para
alguien con nociones básicas de ecología, la formación boscosa en cuestión se
presenta como una decadente ciudad de ancianos e infantes, sin jóvenes ni
adultos menores. La insostenible pirámide poblacional de esta ciudad imaginaria
pronto se derrumbará hasta desaparecer, al igual que las 3200 has de bosque de
lenga de las cual quiero hablar.
Cursos de ecología y 'medio
ambiente' repiten abúlicamente la
importancia de los bosques para la supervivencia del hombre. Lamentablemente,
receptores y repetidores de tal mensaje rara vez captan su relevancia dado que
la vida citadina de cemento y ladrillos les impide vislumbrar la irremediable
dependencia de los asentamientos humanos y su entorno: suelo, bosques, ríos,
pastizales, etc. Sin pretender dictar
una lección sobre servicios ecosistémicos, quiero destacar que los bosques,
gracias a su compleja estructura horizontal y vertical –tanto por debajo y por
encima de la superficie–, permiten que el agua de lluvia ingrese nuevamente al
suelo, recargando ríos y acuíferos que abastecen del vital mineral a ciudades,
industrias y campos. Desde un punto de vista menos antropocéntrico, los bosques
albergan las más diversas formas de vida –muy distintas a la nuestra– con una
capacidad adaptativa, procesos fisiológicos y estructuras que dejan mudo a cualquier
especialista en biodiseño, biotecnología, nanotecnología; o de cualquier rama
del conocimiento humano que ha intentado encontrar en la naturaleza las
soluciones a nuestros humanos problemas.
Cuántas veces he oído decir –y también
pienso– ¿cómo es
posible qué en un país con tantos recursos naturales y humanos, haya tanta
desigualdad, carencia y pobreza en todas sus dimensiones? La respuesta está en
las situaciones cómo la que le toca vivir a este menesteroso bosquecito. Debido
al carácter infantil de las sociedades humanas, necesitamos reglas que nos
dicen qué se puede hacer y qué no. Aún así, como niños traviesos, inventamos
todas las jugarretas posibles para evadir estas reglas. Volviendo al bosque, en
2007 nuestro país logró implementar la Ley de Presupuestos Mínimos de Bosques
Nativos la cual ordena a cada provincia a realizar un ordenamiento territorial
de sus bosques y llevar a cabo acciones de manejo acordes. Se hace un mapa
semaforizado de las zonas boscosas: rojo indica reserva forestal, donde no se
pueden realizar actividades comerciales; el amarillo no se sabe bien qué indica
y el verde autoriza el desmonte. Esta ley ha sufrido irregularidades serias en
cada provincia: se aceleró el desmonte, personas han muerto en defensa de unos
pocos árboles, y – por supuesto- los fondos destinados a realizar planes de
manejo nunca llegan a materializarse para tal fin.
En la provincia de Santa Cruz,
el ente encargado de implementar la Ley de Bosques es el Consejo Agrario
Provincial (CAP). Dada la escases de formaciones forestales en la provincia,
nuestro bosque en Monte Zeballos debería figurar como una manchita roja en el
mapa de ordenamiento territorial que aún no existe. Sin embargo, como antes les
contaba, las ovejas pisotean y la liebres comen cada brote que se anima a
emerger cada primavera. 'Bueno',
diría uno, 'exijamos a quién corresponde
a sacar las ovejas de este bosque nimiamente nutritivo para ellas y dejemos que
se regenere'. Pero, oh Argentina!, nos encontramos con que el dueño de las
ovejas, el señor Luti Pérez, es uno de
los dirigentes del CAP. El Estado que
debería salvaguardar nuestro centenario tesoro y el cuatrero de nuestro bien
común, son la misma persona. ¿Qué hacemos? ¿Nos enfrentamos a este señor que peca de
destructor e ignorante (ver párrafo 2) y proponemos un plan de manejo que
incluya poner las ovejas en una zona más nutritiva para todos? ¿O nos quedamos resignados ante
la irreverencia del señor, la provincia y el país?
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